En la sala de espera de un hospital, en el que la afluencia de público era muy superior a la atención que podía prestarse por parte de los médicos; yo llevaba más de una hora sentada esperando a que me llamase la enfermera, cuando observé que una familia se acercaba y tomaron asiento en la fila de sillas que había delante de mí; entre ellos había una señora bastante mayor, con una enfermedad que le impedía moverse en una silla de ruedas; se sentaron de manera que la familia me daba la espalda pero dejaron el carro con la señora enfrente de mí; por lo que pude observar era una máquina dotada de todo tipo de comodidades y la enferma parecía estar bien sentada en ella, de hecho estaba medio dormida. Pasaron más de 45 minutos y todavía sin llegar mi turno, vi como la mujer estaba desplazándose hacia abajo y un lado en su silla, miré a su familia pero ellos conversaban alegremente; por el momento no noté un peligro especial, la silla era amplia y le permitía ese tipo de movimientos.
Pasados 15 minutos, me llamó la enfermera porque había llegado mi turno; miré a la enferma y estaba a punto de caer; pensando en decírselo a sus acompañantes me levanté, pero al verme de pie, el que parecía ser su marido, se acordó que su mujer estaba detrás y le dijo:
– Ten cuidado que vas a caerte.
Ella no respondió, parecía tener dificultades en el habla.
El hombre se levantó, le dio la vuelta a la silla de ruedas poniéndola a su lado.
Yo mientras caminaba hacia el médico que me correspondía, pensativa, me hice la siguiente pregunta ¿Porqué si la señora estaba tan enferma la pusieron de espaldas a ellos?
No encontré respuesta, no había ninguna ventana a donde mirar y lo único que se me ocurrió, es que en el momento de llegar era más sencillo colocar el carro en esa dirección que darle la vuelta.
MMC (C)